La publicidad de tabaco en la Unión Europea está prohibida desde 2005. Este producto desapareció desde entonces de los medios de comunicación y por extensión de los eventos deportivos. Pero las cosas eran muy distintas a mediados de los años 80. Las marcas de cigarros tenían una presencia destacada en los patrocinios y el baloncesto no era una excepción. Tiempos gloriosos en los que el tabaco campaba a sus anchas por las vallas publicitarias de toda España. E incluso daba nombre a algún equipo. Eso explica que Santiago fuese testigo en 1985 de la visita del Chesterfield, un combinado deportivo muy peculiar por su dueño, por sus jugadores y por su finalidad.
El Chesterfield era en realidad el nombre comercial del San Marino All Stars, un equipo de jugadores norteamericanos que compartían representante, el afamado Luciano Capicchioni. Este buen hombre se había formado en Estados Unidos y a principios de los 70, tras regresar a Europa, se le ocurrió la brillante idea de montar un equipo de exhibición con el que poder foguear a los universitarios que buscaban una oportunidad en el baloncesto europeo. El equipo lo fundó en 1972. Pero a mediados de los 80 ya trabajaba a pleno rendimiento, al calor del progresivo incremento de la presencia yankee en el basket español, italiano, israelí o francés.

Con estos mimbres, ya os imagináis cómo era el funcionamiento de este tipo de combinados deportivos. Su promotor organizaba giras por Europa en las que trataba de cerrar el mayor número posible de partidos. Porque cuantos más encuentros, más opciones de que algún club se fijase en sus jugadores, que entraban y salían del Chesterfield a medida que iban encontrando nuevo equipo. La cantera de la que se nutría Capicchioni estaba en los cientos de universidades que había y sigue habiendo en Norteamérica. Pero también incluía jugadores que ya habían pasado por Europa e incluso por la CBA. Todos tenían una cosa en común: estaban sin equipo.
Hay que tener en cuenta un detalle muy importante para entender el éxito de estos equipos escaparate. Ni en los 70 ni en los 80 existía internet. Y lo más frecuente era que los equipos fichasen al yankee de turno sin haber visto su forma de jugar. Lo más a lo que se podía aspirar era conseguir algún vídeo en el que poder ver lo que hacía en la pista. Pero lo de fichar a ciegas, con las únicas referencias que te daba el representante, estaba a la orden del día en el basket de la época. De ahí la oportunidad que suponía ver en directo a un equipo de estas características.
El Chesterfield I.B.C andaba por Europa en mayo de 1985 cuando surgió la oportunidad de que jugase en Santiago. La gestión la realizó el Concello compostelano con el objetivo de recaudar fondos para el Obradoiro, que acababa de lograr el ascenso a Primera B tras consagrarse como campeón de España de Segunda División en Córdoba. La fase final había durado casi una semana -con sus consiguientes gastos- y al club no le venían mal unos recursos extra para cerrar la temporada. Hubo trato y el partido se cerró para el martes 21 de mayo en el pabellón municipal de Santa Isabel.
El plan inicial era que el partido se jugase a las 17.30 y, de hecho, así figura en el cartel promocional que se incluyó días antes en la prensa. ¿Por qué tan pronto siendo un día laborable? Hay una explicación: estaba previsto que el encuentro lo retransmitiese en directo el circuito autonómico de TVE, lo que redundaría en más ingresos para el club. El problema, según contó El Correo Gallego, fue que la gerencia de TVE exigió a cambio 100.000 pesetas además de un porcentaje de la publicidad en pista. Y con esas cifras al Obra no le salían las cuentas. Así que el partido terminó jugándose a las nueve de la noche, un horario más adecuado para conciliar obradoirismo y vida laboral.

Al ser un partido organizado por el Concello, los socios obradoiristas tuvieron que pasar por taquilla y soltar 300 pesetas de la época (para los jóvenes: 1,8 euros al cambio). En el cartel anunciador se situaba al Chesterfield en San Marino, dato correcto toda vez que Capicchioni nació allí y en este diminuto país tenía montada su base de operaciones. Es más, a día de hoy sigue teniendo una de sus residencias en esta república de la península italiana. La otra está en Miami.
El Chesterfield llegó a Santiago tras jugar previamente varios partidos en España ese mes de mayo de 1985. Había disputado un torneo en Aragón contra el CAI y el Peñas Huesca y otro en Badalona, en el que se había enfrentado al Limoges y al Baskonia. Más allá de la alta rotación de sus jugadores y de la anarquía que suele caracterizar a este tipo de equipos, había pocas dudas de que en conjunto sus jugadores estaban a un nivel superior al que podía ofrecer aquel Obradoiro. Un Obra que, a esas alturas, había terminado la temporada. Y su motivación era inversamente proporcional a la de un conjunto de jugadores con ganas de agradar para obtener un buen contrato.

El Chesterfield que se plantó en Santa Isabel estaba formado por diez jugadores. Destacaban Larry Spicer, un 2,04 que poco después acabó fichando (y triunfando) en Granada, y varios tipos con trayectoria NBA: el ala-pívot Bobby Cattage (Jazz, Nets); el alero Billy Reid (Warriors) o el pívot Charlie Jordan (Pacers). El resto de la comitiva la conformaban dos bases (Smith y Lee) y otros cuatro interiores (Amstrong, King, Gonzales y Carroll), dirigidos todos ellos por John McMillen, un entrenador con larga trayectoria en Italia y que supongo que era representado de Capicchioni.
En lo estrictamente deportivo, las crónicas cuentan que el partido no tuvo demasiada historia. El Feiraco Obradoiro, sin jugadores extranjeros porque entonces estaban prohibidos en 2ª división, consiguió aguantar hasta el descanso (45-51). Pero en la segunda parte los norteamericanos impusieron su superioridad física y se acabaron yendo en el marcador hasta terminar venciendo por un contundente 82-111. Lo más divertido del encuentro fueron las acrobacias de Larry Spicer y las genialidades de algunos de los jugadores del Chesterfield.
En cuanto a los locales, la anotación se concentró en tres jugadores: Lete (24 puntos), Abalde (20) y Mario Iglesias (20). El resto de los puntos en el equipo entrenado por Alfonso Rivera fueron de Eduardo Echarri (6), Eiroa (4), Ricardo Aldrey (2) y Augusto de la Concepción (6). Los máximos anotadores de los visitantes fueron Carroll (21) y Spicer (18). Como anécdota, antes de empezar el partido el Chesterfield tuvo el detalle de hacerle un pasillo al Obradoiro a la salida del vestuario, en homenaje por el campeonato alcanzado unos días antes en Córdoba, cuyo trofeo exhibieron los jugadores.

El balance del partido se resume en una taquilla de 190.000 pesetas, a lo que hubo que descontar los honorarios de los árbitros compostelanos Rivera y Souto. Y los asistentes -tres cuartos de entrada, según El Correo Gallego– pudieron también escuchar el himno gallego interpretado por la banda municipal de música, así como una actuación del grupo de la Colexiata de Sar.
¿Y qué pasó después? Las empresas tabaqueras siguieron muy presentes en el deporte y a cualquiera le viene a la cabeza la publicidad de Winston en el parqué y en las camisetas del All Star de la ACB, cuando nuestra liga todavía organizaba este tipo de eventos. Hasta que llegó el día en que el humo desapareció de las pistas de basket.
Respecto al Chesterfield, el equipo escaparate de Luciano Capicchioni siguió haciendo bolos e incluso se enfrentó a la selección española en varios partidos ese mismo verano. Es más, Capicchioni llegó a tener en España varios combinados (Lois Jeans, San Marino Larios) al mismo tiempo exhibiendo a sus jugadores. La ACB sólo tenía dos años de vida y avanzaba a pasos acelerados en su proceso de expansión, que alcanzó su apogeo a finales de los 80 cuando llegó a contar con 24 clubes. Más equipos, más jugadores y mayor necesidad de jugadores norteamericanos. Y a falta de internet, nada mejor que un combinado para verlos en directo. Eran otros tiempos.
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