Así fue el mítico ascenso de Mataró

El 25 de abril es un día distinto dentro del calendario. Algunos lo eligieron para poner en marcha una revolución. Otros simplemente cambiaron su vida. Hay quienes, como los que se llaman Marcos, celebran su santo año tras año. Y también es un día escrito con letras de oro en la historia del Obradoiro CAB. Porque fue un 25 de abril cuando el club santiagués logró en Mataró su primer ascenso a la élite del baloncesto español. En 1982, año en el que Naranjito vio la luz y en el que el Juan Pablo II peregrinó a Compostela. Era Año Santo, momento idóneo para hacer milagros como éste.

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Plantilla del Obradoiro el día del ascenso de Mataró (Foto: MA Forniés)

En la temporada 1981-82 el Obra había conformado un equipo joven pero competitivo, que comenzó la temporada como un cohete (7 victorias en los 8 primeros partidos) y que hizo soñar a la afición compostelana con la Primera División (actual ACB) tras once años de existencia del club. El viejo pabellón de Sar se quedaba pequeño. El equipo se mantuvo siempre en los puestos de cabeza. Y lo del ascenso dejaba de ser una quimera para convertirse en un sueño realizable, al alcance de la mano.

Cuentan los que lo vivieron que aquel año se celebraron dos ascensos. O un ascenso en dos partes. Porque la primera tuvo lugar el domingo anterior en Santiago. La victoria obradoirista en el derbi provincial frente al Bosco de A Coruña (en un Sar abarrotado) sirvió durante unos minutos para celebrar el cambio de categoría, pero al Hospitalet le dio por ganar su partido y dejó todo pendiente para la última jornada. Tocaba jugarse toda la temporada en el pabellón Josep Mora de Mataró.

Recapitulemos. 25 de abril de 1982. Jornada 26, última de la Primera B. El Inmobanco y el Baskonia ya están ascendidos a Primera División y la tercera posición (válida también para subir de categoría) la ocupaba el Obradoiro, con 17 victorias y 8 derrotas. En cuarta posición está el Hospitalet. A los catalanes les llega con una derrota del Obradoiro y con una victoria en su casa ante el Juventud de Córdoba (cuarto por la cola) para birlarnos el ascenso. La conclusión es clara: es suficiente con ganar… pero solo vale ganar.

El equipo se desplazó el sábado a tierras catalanas para preparar el partido a conciencia. Y el domingo por la mañana los jugadores llegaron pronto al pabellón Josep Mora dispuestos a afrontar aquella gran final. Mientras, los transistores funcionaban a pleno rendimiento en Santiago como única forma de tener noticias de un Obra que había llenado el viejo pabellón de Sar jornada tras jornada. Un lector del blog, Marcos Taboada, no olvida ese día pese a tener solo 12 años: «Recuerdo perfectamente el 25/04/1982 (…) era domingo por la mañana y muy soleado en Santiago. Yo jugaba un partido de minibasket en La Salle (…) pero algunos estábamos más pendientes de la radio y de lo que pasaba en Mataró», me cuenta.

¿Y qué pasaba en Mataró? Pues que el Obradoiro se enfrentaba a un equipo local que, en teoría, no se jugaba nada. Esa es la teoría. En la práctica ya se sabe que estas cuestiones son imposibles de demostrar… pero en Santiago quedó la firme convicción de que el Mataró recibiría una prima en caso de victoria. Aunque también es verdad que el equipo catalán le había ganado dos semanas antes al Baskonia y como local se convertía en un rival mucho más temible.

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Abalde (13) y Lomas (Foto: Nuevo Basket)

La cuestión es que en los primeros 20 minutos las cosas se pusieron cuesta arriba. «El partido fue espectacular pero muy complicado, y eso que había venido gente de Santiago a animarnos», explica Julio Bernárdez, ex-jugador del Obradoiro y que esa temporada había sido convencido por Pepe Casal para colgar las botas y acompañarle en el banquillo. Más de 1.100 kilómetros separan Compostela de Mataró aunque eso no fue impedimento para que decenas de obradoiristas cruzasen España en autobús, avión o en vehículos particulares con el único fin de arropar a su equipo. Y eso, paradójicamente, pesó como una losa en los jugadores desde el inicio.

Es cierto que aquel Mataró-Obradoiro empezó fatal. Los catalanes plantearon una zona muy agresiva que se le atragantó a un Obra lastrado por la presión. En la mitad de la primera parte ya mandaba el equipo barcelonés por 12 puntos (33-21). Alberto Abalde lo recuerda con nitidez: «El partido lo vi casi perdido y con esa sensación de remar tanto para quedarnos en la orilla; estábamos muy agarrotados y no nos entraban los tiros», confiesa. Desde el banquillo se tenía la misma sensación. «En la primera parte no estuvimos muy acertados, salimos muy presionados. Y además nos encontramos con un arbitraje caserillo», subraya Pepe Casal.

La crónica que realizó Joaquín Lladó para la revista Nuevo Basket refleja esas sensaciones. Un Mataró en el que «todo eran aciertos» frente a un Obradoiro cuyos jugadores «se veían sorprendidos una y otra vez». Parecía repetirse la historia vivida en ese mismo pabellón dos semanas antes, cuando el equipo catalán le había ganado sin apuros a un Baskonia que también terminaría ascendiendo. Dos jugadores castigaban el aro compostelano sin piedad: el alero Luis Varela (terminaría con 27 puntos) y el pívot Carlos Pérez (24), que meses después ficharía por el Obra.

Pero las cosas comenzaron a cambiar a medida que terminaban los primeros 20 minutos. El propio Lledó vincula el inicio de la remontada a un Obra «espoleado por unos seguidores que dieron alas a su equipo». En la grada se escuchaba los bombos procedentes de Galicia y los gritos de ánimo de unos aficionados que incluso se llevaron unas empanadas, tal como recuerda Eduardo Echarri. Quizás el olor de la gastronomía gallega surtió efecto entre los jugadores. «No sé de dónde sacamos fuerzas para remontar», asegura Echarri, quien confiesa la «sensación de angustia» vivida desde el banquillo. La cuestión es que el equipo empezó a carburar y al acabar la primera parte llovía un poco menos: 46-40.

La 2ª parte: el Obra toca el cielo

Probablemente haya dos factores, relacionados entre ellos, que explican lo que pasó después y que justifican la victoria del Obradoiro. Uno es la cuestión psicológica. El otro, el resurgir físico de una plantilla en la que militaban unos cuantos universitarios, donde no había demasiados jugadores profesionales y con la juventud por bandera. «Realmente éramos un equipo para mantenernos… pero en ese momento veíamos que se nos iba el ascenso; no quedaba más remedio que seguir luchando», reflexiona Manolo Vidal, capitán del equipo y otro de los que consiguió aquella hazaña.

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Mario Iglesias, volando como siempre (Foto: NB)

Sobre lo primero, en el vestuario de Mataró hubo una conjura para no repetir los errores de la primera parte. Y en eso tuvo que ver la plena conciencia de que había una colonia santiaguesa en la grada y que otros tantos estaban en Galicia con el transistor en la oreja. «Sabiendo que la gente nos estaba escuchando en Santiago no les podíamos fallar, y al final acabas dando los hígados; después del descanso salimos a morir y yo creo que ganamos por corazón», rememora Alberto Abalde.

Al factor psicológico se le une el físico. Desde el banquillo se ordena una zona 1-3-1 desde el medio campo y con ajustes que, literalmente, empieza a ahogar al Mataró. Pepe Casal recuerda que es el tipo de sistema que popularizó Dan Peterson, el histórico entrenador de la Virtus y del Milán de Dino Meneghin, el equipo que marcó una época en el basket europeo de los 80. «Atacábamos al rival muy agresivos con el dos contra uno», explica Casal. «Y también teníamos muy buenos tiradores. Tuvimos la suerte de que en los dos primeros ataques no les dejamos tirar y ahí cambió todo», añade.

El Mataró empezó a perder fuelle al verse incapaz de superar la trampa defensiva del Obradoiro. Y los santiagueses se crecieron. El cronista de Nuevo Basket atribuye la reacción a la defensa y también al poderío ofensivo del tridente formado por Mario Iglesias, José Antonio Gil y Ramón Balagué, que «causaban estragos con sus acciones atacantes». También es clave el trabajo reboteadory defensivo de Alberto Abalde. Al poco de comenzar la segunda parte el Obra logró empatar el partido. Y a continuación se puso por delante. El Mataró se convertía en «una sombra de lo que había sido en las primeras fases del encuentro», relata la crónica.

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La afición obradoirista en Mataró (Foto: NB)

A uno de los tres miembros de ese tridente, Ramón Balagué, lo localizamos en Cataluña. Vino a hacer el servicio militar a Santiago y se enroló en las filas del Obradoiro. Tres décadas después también se acuerda de aquel partido. «Lo recuerdo con mucha ilusión, bajaron autobuses desde Santiago y estuvo toda la ciudad pendiente; con la ayuda de la afición lo conseguimos», nos cuenta. «En el aspecto físico teníamos unas segundas partes demoledoras, las condiciones físicas eran fantásticas», destaca Balagué, autor de 14 puntos aquella mañana de abril. Un extremo que también confirma Abalde: «Aún recuerdo los entrenamientos por la Herradura lloviendo a cántaros… y aunque llovía, daba igual».

Otro de los que defendió la camiseta del Obra en aquel histórico partido es el pívot granadino Arturo Corts. Abogado en la localidad toledana de Consuegra, Corts jugó (y estudió Derecho) en Compostela aquella temporada 1981-82 gracias a una cesión del OAR Ferrol. «Vinieron muchos aficionados desde Santiago y el partido lo ganamos en aquella segunda parte», relata.

La historia de aquellos 20 minutos se resume en que el equipo santiagués logró ponerse por delante en el marcador y nunca volvió a estar por detrás. «Fue clave el gran partido de Gil y Mario Iglesias; en los últimos 10-15 minutos les empezó a entrar todo y nos vimos arriba», resume Manolo Vidal. La igualdad era máxima y eso se reflejaba en los empates a 50, 60 y 68, este último en el minuto 32. Fue ahí cuando llegó el spint final. El Obradoiro empezaba a despegarse y a falta de dos minutos el marcador señalaba un 78-87. Solo una pequeña pájara final metió en el miedo en el cuerpo (84-87) cuando quedaban 42 segundos. Pero una falta en ataque del Mataró y dos tiros libres de José Antonio Gil sentenciaron el partido. La última canasta de Carlos Pérez ponía el 86-89 definitivo. El Obradoiro había ascendido a Primera División.

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La afición del Obra celebrando el ascenso (Foto: NB)

Con el partido terminado, los seguidores del Obradoiro saltaron a la cancha para celebrar con los jugadores la gesta. El pabellón Josep Mora de Mataró era testigo de lo mismo que se repetiría 29 años después en la cancha burgalesa de El Plantío. Entre los que no festejaron aquella victoria estaban los jugadores del Hospitalet, presentes en la bancada (su partido se había suspendido por incomparecencia del rival) y deseosos de una derrota compostelana que nunca se produjo. También vivió aquel ascenso en directo Aíto García Reneses, que había acompañado a la expedición obradoirista en Mataró dada su amistad con Pepe Casal. Otra anécdota: Julio Bernárdez tenía un jersey de la Universidad de Santiago considerado talismán. Aquella mañana no se lo quitó… y el Obra logró el ascenso.

Esta es la histórica ficha técnica:

-MATARÓ (86): Lluch (4), Carlos Pérez (24), Varela (27), Pascual (13), Illa (6) -cinco inicial- Ibáñez (2), Pruna (6), Candeal (4).
-OBRADOIRO INTERTISA (89): José Antonio Gil (28), Mario Iglesias (25), Lomas (7), Modrego (4), Abalde (11) -cinco inicial- Balagué (14), Echarri, Vidal, Corts, Montero, Vallejo.
-Árbitros: Ortiz y López Sansano.

Apoteósis en Lavacolla

La celebración del ascenso aquel 25 de abril de 1982 comenzó en la pista del Josep Mora. Pero a esa alegría también se unieron los cientos de personas que escucharon el partido a través de la radio desde Santiago. En la ciudad comenzó a echar humo el teléfono para difundir un mensaje: había que subir al aeropuerto de Lavacolla para recibir a los héroes del ascenso.

Mientras, los jugadores y técnicos del Obra tomaban un avión con destino a Compostela. Y aquel vuelo ya fue una fiesta. Parece ser que el comandante de Iberia felicitó al equipo por la victoria e incluso invitó a champán. «Recuerdo todo en una nube, fue indescriptible, algo inolvidable», reconoce Manolo Vidal. Y es que ni él ni nadie podían intuir lo que les esperaba esa noche en el aeropuerto compostelano.

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Invasión de la pista de Lavacolla para recibir a los jugadores (Foto: Correo Gallego)

El avión procedente de El Prat tomó tierra en Lavacolla y allí esperaban varios cientos de personas. Tal era la expectación y tan pequeña se había quedado la vetusta terminal que las autoridades permitieron algo hoy inimaginable: abrir las puertas de acceso a la pista para que los aficionados recibiesen al equipo. Alberto Abalde opta por un símil histórico: «Hicieron algo especial y les dejaron pasar a la pista; parecía lo de las Copas de Europa del Real Madrid en la época de Franco», comenta entre risas. «Fue una locura, la gente se acercó a la escalera del avión», confirma Eduardo Echarri.

Lavacolla se llenó de cánticos, felicitaciones, y jugadores y técnicos sacados a hombros del edificio. El «problema» es que el aeropuerto de hace 30 años no tenía las conexiones ni las infraestructuras de ahora. Y literalmente se colapsó. Todas las personas que aquella noche estuvieron allí recuerdan las dificultades que pasaron para regresar a la ciudad por la caravana que se formó en la vieja carretera de Lugo, ya que en aquel momento no existía la Autovía a Lavacolla. «Tardamos tres horas en volver al centro», relata Julio Bernárdez. «Yo tardé unas dos horas y media en llegar; nadie contaba con que ese equipo pudiese ascender, realmente era un equipo hecho con jugadores de la casa», destaca Pepe Casal como factor clave para explicar la identificación de la afición con aquel Obradoiro 1981-82.

La celebración de aquel histórico ascenso no concluyó aquella noche. Hubo homenajes, fiestas y recepciones oficiales de varias instituciones. Algunos todavía guardan alguna anécdota, como lo que le pasó a Arturo Corts cuando fueron recibidos por el arzobispo de Santiago, Ángel Suquía. «Fue en el Hostal de los Reyes Católicos y allí estaban el presidente de la Xunta, el alcalde… De pronto, el cardenal me acercó el anillo para que lo besase… y yo le di la mano», cuenta Corts. Actualmente mantiene una vinculación con Santiago a través del Camino, puesto que ya lo ha recorrido en bicicleta desde Somport y Roncesvalles y ahora planea hacerlo desde París. Pero el pívot granadino ha traspasado el gusto por el basket a su sobrino Carlos Corts, base del equipo cadete del Unicaja. Un tiro libre suyo le dio a Andalucía el campeonato de España de Mini en 2009. (Nota de abril 2019: Corts juega en el Granada de LEB Oro)

Todas las personas que vivieron aquel 25 de abril de 1982 coinciden en señalar que el desenlace final fue un justo premio a una temporada muy brillante en la que la conexión entre el Obradoiro y su gente fue más que decisiva. Es cierto que en las memorias de los protagonistas de aquella hazaña perviven otros recuerdos. Como el barro que rodeaba el viejo pabellón de Sar los días de lluvia, los viajes interminables en autobús o los paseos que se pegaban algunos jugadores al ir a entrenar al pabellón por la sencilla razón de que no tenían coche. Pero nadie olvida a la afición, incluido un protagonista de Mataró: «Hay otras canchas con más gente, como Málaga o Vitoria. Pero el Obradoiro siempre ha sido muy especial, algo inigualable. La pasión que hay ahora en Sar ya la había en 1982… ya existía».

*Artículo original escrito en mayo de 2012 con la inestimable colaboración de Alberto Abalde, Ramón Balagué, Julio Bernárdez, Pepe Casal, Arturo Corts, Eduardo Echarri y Manolo Vidal. Y con la gran ayuda de Manuel, por su valiosa información. Gracias a todos ellos.

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